micra

Apenas había amanecido cuando abrió los ojos. Se había prometido a sí mismo no despertar hasta el mediodía, al fin y al cabo, era sábado y no tenia nada que hacer. Ya estaba acostumbrado a no cumplir sus promesas, así que hoy no seria una excepción.
La luz del sol se filtraba por las cortinas, y le acariciaba la piel.
Decidió quedarse tumbado en la cama, por si acaso volvía a dormirse; no quería perder la oportunidad de volver a soñar con ella. Después de un minuto, se dio cuenta de que necesitaba ir al baño. Había bebido demasiada agua durante la noche.
Se movió perezoso entre las sábanas y se arrastró hasta el borde de la cama, dejando colgar sus piernas mientras estiraba los brazos hasta hacer crujir la espalda. Apoyó un pie en el suelo, estaba demasiado frío para caminar descalzo, así que buscó con el otro pie las zapatillas que se habían escondido bajo la cama. Notó algo húmedo en la pierna. Ella también se había despertado ya y, como cada mañana, venía a saludarlo. Tenían un acuerdo tácito.
Le costó encontrar el interruptor de la luz, recorrió la pared con su mano, tratando de recordar a qué altura quedaba. La bombilla se encendió cegando por un segundo sus ojos aún entreabiertos. Se miró en el espejo. Tenía ojeras, una barba incipiente y algunas canas de más. No se encontraba bien. Tenía la sensación de que cada mañana era exactamente igual a las demás, pero la imagen que le devolvía el espejo se alejaba cada vez más de cómo se recordaba a sí mismo.
Agua, café, una cerilla. Quizá con algo en el estómago el día comenzaría algo mejor. Buscó entre los armarios de la cocina algo de pan de ayer. Siempre le había gustado el olor a café recién hecho y a pan tostado, como cuando era pequeño. Como el olor de la cocina de su abuela los sábados por la mañana. Ahora ella ya no estaba allí, nadie estaba ya allí. Sólo él…y bueno, también ella.
Volvió a notar algo húmedo rozándole la pierna desnuda. Ella se había sentado a su lado, mirando hacia arriba con ojos contentos, con la mirada del que huele la libertad de cerca. Movió el rabo nerviosa tratando de convencerlo de que el café podría esperar pero ella no. La estrategia tuvo resultado. Él la miró, y también decidió que el café podría esperar.
Se puso una camiseta sucia que llevaba dos días tirada en una silla del salón, unos pantalones gastados y sin ni siquiera peinarse, cogió la correa, las llaves y salió a la calle. Poco le importaba la pinta que tenía, estaba seguro de que a esas horas, no habría nadie por ahí, y realmente tampoco le importaba si alguien lo veía, llevaba demasiado tiempo sintiéndose invisible.
Ella tiraba contenta de la correa mientras él arrastraba sus pies y se dejaba llevar. Le dolían los brazos, así que la soltó y vio como se marchaba corriendo detrás de un pajarillo. Le encantaba verla correr, era capaz de conseguir que durante unos minutos se olvidara de todo.
Al cabo de una hora de carreras y juegos con la pelota, ya estaban listos para volver a casa. Ella se había tumbado en la hierba, debajo de la sombra de un árbol esperando a que él se levantara del banco y la llamara. Le silbó. Le puso la correa y se marcharon a casa. El sol comenzaba a quemar, el parque se empezaba a llenar de gente y era el momento justo para marcharse.

Se acordó del café, del olor a pan tostado y le entró hambre. Quizá le quedaba algo de queso en la nevera.

Después de todo, ya no quería volver a la cama. El día comenzaba. Un nuevo día. Un sábado. Un sol más. Se llevó el desayuno al salón, mientras ella se echaba sobre su cama naranja y decidió que después de ducharse, la llamaría.