micra

Acercó su cara a la ventana hasta apoyar su frente contra el cristal empañado por las lágrimas que, aún calientes, se escapaban de sus ojos. Hubiese dado la vida por poder atravesarla.

Desde hacía algún tiempo, había aprendido a ignorar las señales y el dolor punzante, agudo, que día tras día le recordaba que aún seguía viva...para ella, ya no tenía sentido. Había decidido encerrarse allí, sola, con la firme intención de que el tiempo acabaría por curarla o, al menos, suavizar los efectos de la soledad y la desesperación que sentía cada vez que respiraba. Siempre supo que no sería una buena solución, siempre estuvo convencida de que, a pesar de intentarlo cada minuto, sólo conseguiría lamentarse de no haber saltado aquel día.

Ya era tarde. Quería creer que era demasiado tarde, que ya no había nadie esperándola. Necesitaba creer que ya era tarde para saltar. Necesitaba creer que la puerta se cerró aquel día...aquel día en que ella cerró su corazón....pero necesitaba sentir que aún seguía latiendo, aunque ni siquiera un leve rumor rebotara ya dentro de su cuerpo...

Algo golpeó la ventana desde el otro lado rajando el cristal, dejando que por primera vez en aquel tiempo, el aire limpio lavara la habitación...dejando que por primera vez, ella pudiera volver a respirar...

Y comezó a escuchar un tímido latido dentro de sí...
micra

El sol empezaba a ponerse, y la luz en el horizonte le deslumbraba a través del cristal. Levantó un brazo tratando de hacerse sombra con la mano. Alzó la mirada y, de reojo, la vio en el espejo. Estaba acurrucada en el asiento de atrás, parecía estar teniendo un sueño plácido; hasta se podría decir que había una sonrisa pintada en su cara. Si tuviera los ojos abiertos, seguramente estarían brillando de felicidad. Puso de nuevo la atención en la carretera y subió el volumen de la radio.

“…todo lo que sabemos hasta el momento. Y si alguien tiene información, por favor, que se ponga en contacto con la policía. Esperamos, de corazón, todo el equipo del programa, que aparezca pronto sana y salva…y… ¡Seguimos con la buena música cuando faltan dos minutos para las ocho de la tarde! Para aquellos que vayáis en el coche, disfrutad con este tema de The Marshall Tucker Band…Can’t you see…”

Subió un poco más el volumen.

Siempre le había gustado esa canción...

Siempre había pensado que la próxima vez que la escuchara iría conduciendo lejos de casa por alguna carretera vacía…y casi había acertado. A unos quinientos metros, aproximándose por detrás, una furgoneta amarilla parecía seguirle. Llevaba viendo la misma furgoneta detrás de él desde hacía más de tres horas, pero no podría jurar si llevaba ahí más tiempo...quizá, incluso desde que salió de casa…

Volvió a mirarla. Exactamente en la misma posición, como si estuviera hecha de piedra…inmutable.

Respiró hondo y pisó el acelerador.

Estaba comenzando a ponerse nervioso…
micra

Volvió a hacerlo.

Una vez más.

Quizá si tenía un problema, pero ni siquiera quería ponerse a pensar en ello. Le dolía demasiado.

Podía dejarlo cuando quisiera.

Pero no quería.

Desde hacía días, apenas se movía de la cama.

No se había duchado hoy.

El olor a sudor se mezclaba con el humo del tabaco.

En la habitación, no quedaba una baldosa que no estuviera cubierta por un pañuelo lleno de lágrimas, y de mocos.

Y lo había vuelto a hacer.

Prometió no salir de allí hasta haberlo olvidado, pero hacía sólo cinco minutos que había vuelto a recordarlo. Había vuelto a su mente sin que lo deseara. No podía dejar de pensar en ello. Probablemente le había dado ya más de mil vueltas. Todavía no comprendía qué había pasado.

Tenía la cabeza llena de preguntas de las que no quería saber la respuesta, pero se había convertido en una obsesión de las que no permiten conciliar el sueño.

Fuera, ya era de noche. Y recordaba perfectamente haber visto amanecer a través de esa ventana. En esa misma posición. Esa misma mañana. No tenía la seguridad de haberse movido. Iba a intentarlo de nuevo. Trató de convencerse de que ésta vez, al menos, tardaría más en volver a hacerlo. No podía volver a pensar en aquello. Tenía que olvidar. Se giró sobre la almohada y respiró hondo.

Abrió los ojos. La luz entraba por la ventana. Por fin había dormido. Alargó el brazo buscando tocar su cuerpo, y volvió a hacerlo.

La echó de menos

una vez más.

micra



“(…) Había dejado de sentir sus pies, y un hormigueo incómodo le empezaba a subir por las piernas. Notaba cómo el frío recorría sus venas, ascendiendo rápido y adormeciendo cada centímetro de su cuerpo. En pocos minutos, dejaría de poder pensar; en algunos más, dejaría de respirar.

Era el séptimo.

Y el último.

El techo de la habitación parecía acercarse cada vez más al suelo, dibujando un angosto pasillo como único camino. Se tumbó y comenzó a arrastrarse. Hubiese deseado no acordarse de su claustrofobia… Le faltaba el aliento, le quemaban los brazos y la piedra arañaba la piel de su pecho, de su tripa,…y de su alma;… y comenzó a dudar, por primera vez, de si merecía o no la pena el esfuerzo. Su cabeza comenzaba a llenarse de voces, de melodías que no hacían más que recordarle lo pequeño que había sido, lo lejos que había estado hasta ahora de su verdadera naturaleza…

Nunca estuvo seguro de en qué momento perdió la consciencia, pero cuando abrió los ojos, el aire parecía más fácil de respirar. Alrededor, sólo nada.


Oscuridad.


Vacío.


Nada.


Incluso se llegó a preguntar si ya estaría muerto…pero aquello no se parecía al infierno que habría imaginado, y mucho menos al cielo que le habían contado. Sus ojos fueron acostumbrándose poco a poco a la casi inexistente luz, y al poco pudo adivinar una pared circular alrededor de la estancia. Una habitación redonda.


Y tres ventanas.


Cerradas.


Tres ventanas de madera por las que, quizá, podría entrar por fin la luz que tanto echaba de menos, y que tanto había estado buscando…(…)”