micra



“(…) Había dejado de sentir sus pies, y un hormigueo incómodo le empezaba a subir por las piernas. Notaba cómo el frío recorría sus venas, ascendiendo rápido y adormeciendo cada centímetro de su cuerpo. En pocos minutos, dejaría de poder pensar; en algunos más, dejaría de respirar.

Era el séptimo.

Y el último.

El techo de la habitación parecía acercarse cada vez más al suelo, dibujando un angosto pasillo como único camino. Se tumbó y comenzó a arrastrarse. Hubiese deseado no acordarse de su claustrofobia… Le faltaba el aliento, le quemaban los brazos y la piedra arañaba la piel de su pecho, de su tripa,…y de su alma;… y comenzó a dudar, por primera vez, de si merecía o no la pena el esfuerzo. Su cabeza comenzaba a llenarse de voces, de melodías que no hacían más que recordarle lo pequeño que había sido, lo lejos que había estado hasta ahora de su verdadera naturaleza…

Nunca estuvo seguro de en qué momento perdió la consciencia, pero cuando abrió los ojos, el aire parecía más fácil de respirar. Alrededor, sólo nada.


Oscuridad.


Vacío.


Nada.


Incluso se llegó a preguntar si ya estaría muerto…pero aquello no se parecía al infierno que habría imaginado, y mucho menos al cielo que le habían contado. Sus ojos fueron acostumbrándose poco a poco a la casi inexistente luz, y al poco pudo adivinar una pared circular alrededor de la estancia. Una habitación redonda.


Y tres ventanas.


Cerradas.


Tres ventanas de madera por las que, quizá, podría entrar por fin la luz que tanto echaba de menos, y que tanto había estado buscando…(…)”