micra

Ya estaba anocheciendo cuando salió por la puerta de la oficina, anocheciendo… como siempre. Se había prometido a sí misma salir a su hora, al menos por hoy, y planear una tarde distinta. Era viernes. Ya estaba cansada de vivir bajo una luz fluorescente que pintaba su rostro de un color amarillo poco saludable…si seguía así, acabaría convirtiéndose en un personaje más de los Simpsons, con los pelos de punta y los ojos saltones tratando de llegar a la pantalla del PC.
Hoy no, hoy sería distinto; llegaría a casa, se ducharía, prepararía una rica cena y le llamaría.
Hacía bastante frío en la calle, y el viento parecía arañar su cara a cada roce. Se levantó el cuello del abrigo y trató de cubrirse como pudo. Se había olvidado los guantes en el despacho, pero no estaba dispuesta a subir de nuevo y volver a cruzarse con las cotorras de administración, así que metió sus manos en los bolsillos y apretó fuerte los puños. Si levantaba la cabeza, el aire hacía llorar sus ojos, así que sin levantar apenas la mirada del suelo, y caminando con la mayor rapidez a la que podía moverse, llegó a la estación de tren.
Ruido, voces, empujones, carreras. Llevaba más de diez años haciendo el mismo recorrido, soportando los constantes retrasos, las averías casi diarias, las conversaciones a gritos, la música chillona que salía de no se sabe dónde…pero si había algo que había llegado a odiar eran esos encuentros desafortunados en el andén con alguien que conoces, a veces incluso sólo de vista, y que se muere por contarte su vida (vida que dura lo que el mismo viaje en tren), aunque a ti no te importe en absoluto. Miró a lo largo del andén y no vio a nadie que pudiera molestarla. Sacó el libro que llevaba en el bolso y se sentó en el banco a esperar.
Debería haber pasado hace más de veinte minutos. La gente se movía nerviosa a lo largo del andén. Cómo no, ella estaba cada día más segura de que Murphy la odiaba. No podía ser. De qué había servido. Ahora llegaría tardísimo a casa, y además había dejado trabajo pendiente. Respiró hondo. Hubiese matado por un cigarro, pero llevaba 3 meses sin fumar.
Pasadas las nueve de la noche, y después de más de una hora clavada en el banco (ya había descubierto que el asesino no era otro que el primo de la rubia), llegó el tren.
Si normalmente viajaban unas cincuenta personas por vagón, ella podía contar más de cien. Era impensable siquiera sentarse durante el trayecto, ya tendría bastante con evitar algún codazo y con escaparse de algunos olores que comenzaban a inundar el espacio.
Le dolían los pies. Comenzó a maldecir el minuto en el que esa mañana había decidido ponerse tacones, pero era viernes y pensó que sería una buena idea arreglarse un poco para sentirse algo mejor. Ahora estaba arrepintiéndose no sólo de haber elegido los tacones, sino de no haberse quitado el abrigo antes de entrar.
El tren andaba a tirones, parándose en cada estación más de diez minutos y llevando a la desesperación a la gente que ya se había convertido en una comunidad unida por el insulto y la crítica hacia el conductor, la empresa ferroviaria y hasta a los ingenieros y diseñadores del convoy en cuestión.
Le dolían los pies, mucho. No paraba de sudar dentro de aquel horno, y comenzó a dolerle la cabeza. Dos mujeres conversaban frente a ella sobre qué cenarían aquella noche, un chico de unos veinte años gritaba por su móvil que no le esperaran porque llegaría tarde al cine…¿y ella? ¿Qué cenaría aquella noche? ¿Quién la esperaba?...Volvió a respirar hondo.
A las diez y media de la noche pisó por fin el suelo de la estación de su pueblo. Las diez y media. Comenzó a llover justo cuando salió de la estación y no tuvo más remedio que correr por la calle tratando de cubrirse con un periódico gratuito que había recogido de una papelera.
Le seguían doliendo los pies y el abrigo, mojado, comenzaba a pesar y a cargar sus hombros. Sólo pensaba en llegar a casa, meterse en la ducha, ponerse el pijama y después de tomar un vaso de leche, irse a dormir. Era tarde, ya no le llamaría. Además, él tampoco la había llamado.
Tras el último trago de leche, apagó el televisor, apagó el móvil y se metió en la cama. Mañana sería sábado, un nuevo día, un nuevo sol…y quizá… mañana le llamaría.
2 Responses
  1. El Rani Says:

    Preciosa descripción del día a día. La única diferencia, es que yo soy uno de esos pesados que busca caras conocidas para hacer mas ameno el trayecto, y si eres tu, pues mucho mejor.
    Un baccio per te


  2. micra Says:

    ya te echaba de menos....jejeje...
    baci mile anche per te!