micra






No había podido pegar ojo en toda la noche. La tormenta había parado hacía horas pero incluso en el silencio más absoluto, no había podido quedarse dormida. Desde pequeña le asustaban los truenos. Se había escondido bajo una manta, con tapones en los oídos tratando de olvidar dónde estaba. Probablemente, esa noche había hecho el viaje más maravilloso de su vida…de las calles de una Nueva York nocturna, a las costas accidentadas del norte….pero al final de cada pensamiento, siempre volvía a casa, a su propio salón, y se veía a sí misma cogiendo el teléfono para llamarlo.
Estaba tumbada en el sofá, viendo una serie de dibujos animados en la televisión con el mando a distancia en la mano. No eran más de las 7 de la mañana. De vez en cuando, miraba el móvil.


En la calle comenzaban a oírse las primeras voces, los coches…y la claridad del día inundó la habitación sin que ella se diera cuenta. Estaba segura de que los sábados él no madrugaría. Si no había dado alguna señal ya no iba a hacerlo ahora, al menos hasta que despertara. En el fondo, deseaba con todas sus fuerzas que lo hiciera pronto.


Después de imaginar el lago más azul que pudo, se quedó dormida, acurrucada bajo la manta en el sofá.