


El sol empezaba a ponerse, y la luz en el horizonte le deslumbraba a través del cristal. Levantó un brazo tratando de hacerse sombra con la mano. Alzó la mirada y, de reojo, la vio en el espejo. Estaba acurrucada en el asiento de atrás, parecía estar teniendo un sueño plácido; hasta se podría decir que había una sonrisa pintada en su cara. Si tuviera los ojos abiertos, seguramente estarían brillando de felicidad. Puso de nuevo la atención en la carretera y subió el volumen de la radio.
“…todo lo que sabemos hasta el momento. Y si alguien tiene información, por favor, que se ponga en contacto con la policía. Esperamos, de corazón, todo el equipo del programa, que aparezca pronto sana y salva…y… ¡Seguimos con la buena música cuando faltan dos minutos para las ocho de la tarde! Para aquellos que vayáis en el coche, disfrutad con este tema de The Marshall Tucker Band…Can’t you see…”
Subió un poco más el volumen.
Siempre le había gustado esa canción...
Siempre había pensado que la próxima vez que la escuchara iría conduciendo lejos de casa por alguna carretera vacía…y casi había acertado. A unos quinientos metros, aproximándose por detrás, una furgoneta amarilla parecía seguirle. Llevaba viendo la misma furgoneta detrás de él desde hacía más de tres horas, pero no podría jurar si llevaba ahí más tiempo...quizá, incluso desde que salió de casa…
Volvió a mirarla. Exactamente en la misma posición, como si estuviera hecha de piedra…inmutable.
Respiró hondo y pisó el acelerador.
Estaba comenzando a ponerse nervioso…

Volvió a hacerlo.
Una vez más.
Quizá si tenía un problema, pero ni siquiera quería ponerse a pensar en ello. Le dolía demasiado.
Podía dejarlo cuando quisiera.
Pero no quería.
Desde hacía días, apenas se movía de la cama.
No se había duchado hoy.
El olor a sudor se mezclaba con el humo del tabaco.
En la habitación, no quedaba una baldosa que no estuviera cubierta por un pañuelo lleno de lágrimas, y de mocos.
Y lo había vuelto a hacer.
Prometió no salir de allí hasta haberlo olvidado, pero hacía sólo cinco minutos que había vuelto a recordarlo. Había vuelto a su mente sin que lo deseara. No podía dejar de pensar en ello. Probablemente le había dado ya más de mil vueltas. Todavía no comprendía qué había pasado.
Tenía la cabeza llena de preguntas de las que no quería saber la respuesta, pero se había convertido en una obsesión de las que no permiten conciliar el sueño.
Fuera, ya era de noche. Y recordaba perfectamente haber visto amanecer a través de esa ventana. En esa misma posición. Esa misma mañana. No tenía la seguridad de haberse movido. Iba a intentarlo de nuevo. Trató de convencerse de que ésta vez, al menos, tardaría más en volver a hacerlo. No podía volver a pensar en aquello. Tenía que olvidar. Se giró sobre la almohada y respiró hondo.
Abrió los ojos. La luz entraba por la ventana. Por fin había dormido. Alargó el brazo buscando tocar su cuerpo, y volvió a hacerlo.
La echó de menos
una vez más.


A veces, me siento aquí, como ahora mismo, en este mismo sillón, y cierro los ojos tratando de verte, probándome a mi misma que sería capaz de dibujarte sin errores todo este tiempo después. Tiempo que parece no haber pasado nunca.
Sigo sintiéndote cerca. Como si nunca te hubieras marchado. Y hay noches, en las que puedo olerte.
No se me ha olvidado.”
Estaba releyéndolo por sexta vez. Pensaba que ya jamás volvería a saber nada de ella. Siempre que lo había intentado, no había conseguido volver a encontrarla. Al otro lado, sólo había frío.
Notaba el pálpito de su corazón bajo el pecho. Si estuviera de pie, seguramente le estarían temblando las piernas.
Había deseado volver a verla desde el segundo siguiente a perderla de vista aquella última vez, y aún llevaba su mirada con él. Había querido mirarla a los ojos cada noche antes de irse a dormir.
Se levantó de la silla y fue a hacerse un café.
Él tampoco lo había olvidado. Podría describir todos y cada uno de los días que habían pasado juntos, minuto a minuto si fuera necesario. Él, algunas veces, también notaba su perfume en la habitación..
Se sentó frente al teclado.

Estaba tumbada en el sofá, viendo una serie de dibujos animados en la televisión con el mando a distancia en la mano. No eran más de las 7 de la mañana. De vez en cuando, miraba el móvil.

"Ésta vez sí”- me dije…
Me senté a la mesa, y tiré todas las piezas encima. Un mosaico de negros, rojos y verdes. Separé tres montones. Por colores. El negro era el más grande.
El primer paso, buscar las esquinas. Sólo cuatro piezas.
“Vamos, que ésta vez sí”- me repetí
Estaba a punto de terminar el marco, ilusionada por ver cómo aquello iba tomando forma, claro que, al fin y al cabo, es más fácil cuando sólo hay tres caras para encajar…
“Has llegado más lejos que la última vez, no está nada mal…”
Después de más de una hora buscándola, terminé rindiéndome. Se podría decir que todo terminó antes de empezar. Murphy me odia.
“Joder, falta una pieza”
Podría haber tratado de buscarla mejor, o de haber intentado que me enviaran otra, pero me levanté de la silla, me senté frente a la tv y se me olvidó lo que tenía que hacer.
Un mes después, el marco sin terminar, aún seguía sobre la mesa.
“Bueno, ya aparecerá la que falta…esta vez, sí”

No quiero ser el conejo blanco que, por el País de las Maravillas, acompaña a cualquier Alicia del mundo.
Hoy he roto mi reloj. El que marcaba cada segundo como si fuera el último y que condicionaba cada uno de mis pensamientos. "Ya voy tarde".
Ya no quiero seguir escribiendo guiones de películas que nunca se estrenan por falta de presupuesto emocional, de las que no hay diario de rodaje porque nadie quiere escribirlo...de las que no se filman porque no habría película suficiente, y no, no quiero ser un producto digital más. Quiero seguir siendo analógica y estropearme con el uso, y que cada salto en la imagen me recuerde el momento del estropicio.
De mi reloj no quedan ya ni las tripas, han saltado por los aires volando como cometas sin hilo, tan alto que ninguna vara de madera las alcanza. Se han quedado enredadas entre los tejados de los edificios más altos, entre las copas de los árboles a los que no pienso subirme. Prefiero tener los pies más cerca del suelo.
He cambiado de banda sonora. Prefiero los textos de siempre, los que hablan de rosas y mariposas aunque a algunos les parezcan "mariconadas" porque no van suficientemente ebrios, pero que al menos, riman... de Joyas del Pacífico y de piratas que bailan con espíritus livianos que nunca podrán abordar. Sólo seis cuerdas y una melodía, sólo las ganas de escuchar. Las de sentir. Las de brillar una vez más sin cegarme.
Hoy, he roto mi reloj.
Ya no escucho "tic-tacs" en mi cabeza, y sólo el ritmo de mi corazón marca el compás de mis pasos. Hasta el aire es más fresco, y puedo volver a sentirlo acariciar mi cara. Cierro los ojos, y no me molestan los pajaros cantarines ni los amaneceres que amanecen demasiado pronto, ni siquiera los ladridos de los perros callejeros que ahora parecen un coro afinado.
Las manillas que marcaban las diez y diez, como en un anuncio perfecto, se han esparcido sobre el mar de las playas negras. Si alguien las encuentra, por favor, que no me las devuelva.
Hoy, he decidido romper mi reloj.

Hoy no, hoy sería distinto; llegaría a casa, se ducharía, prepararía una rica cena y le llamaría.
Hacía bastante frío en la calle, y el viento parecía arañar su cara a cada roce. Se levantó el cuello del abrigo y trató de cubrirse como pudo. Se había olvidado los guantes en el despacho, pero no estaba dispuesta a subir de nuevo y volver a cruzarse con las cotorras de administración, así que metió sus manos en los bolsillos y apretó fuerte los puños. Si levantaba la cabeza, el aire hacía llorar sus ojos, así que sin levantar apenas la mirada del suelo, y caminando con la mayor rapidez a la que podía moverse, llegó a la estación de tren.
Ruido, voces, empujones, carreras. Llevaba más de diez años haciendo el mismo recorrido, soportando los constantes retrasos, las averías casi diarias, las conversaciones a gritos, la música chillona que salía de no se sabe dónde…pero si había algo que había llegado a odiar eran esos encuentros desafortunados en el andén con alguien que conoces, a veces incluso sólo de vista, y que se muere por contarte su vida (vida que dura lo que el mismo viaje en tren), aunque a ti no te importe en absoluto. Miró a lo largo del andén y no vio a nadie que pudiera molestarla. Sacó el libro que llevaba en el bolso y se sentó en el banco a esperar.
Debería haber pasado hace más de veinte minutos. La gente se movía nerviosa a lo largo del andén. Cómo no, ella estaba cada día más segura de que Murphy la odiaba. No podía ser. De qué había servido. Ahora llegaría tardísimo a casa, y además había dejado trabajo pendiente. Respiró hondo. Hubiese matado por un cigarro, pero llevaba 3 meses sin fumar.
Pasadas las nueve de la noche, y después de más de una hora clavada en el banco (ya había descubierto que el asesino no era otro que el primo de la rubia), llegó el tren.
Si normalmente viajaban unas cincuenta personas por vagón, ella podía contar más de cien. Era impensable siquiera sentarse durante el trayecto, ya tendría bastante con evitar algún codazo y con escaparse de algunos olores que comenzaban a inundar el espacio.
Le dolían los pies. Comenzó a maldecir el minuto en el que esa mañana había decidido ponerse tacones, pero era viernes y pensó que sería una buena idea arreglarse un poco para sentirse algo mejor. Ahora estaba arrepintiéndose no sólo de haber elegido los tacones, sino de no haberse quitado el abrigo antes de entrar.
El tren andaba a tirones, parándose en cada estación más de diez minutos y llevando a la desesperación a la gente que ya se había convertido en una comunidad unida por el insulto y la crítica hacia el conductor, la empresa ferroviaria y hasta a los ingenieros y diseñadores del convoy en cuestión.
Le dolían los pies, mucho. No paraba de sudar dentro de aquel horno, y comenzó a dolerle la cabeza. Dos mujeres conversaban frente a ella sobre qué cenarían aquella noche, un chico de unos veinte años gritaba por su móvil que no le esperaran porque llegaría tarde al cine…¿y ella? ¿Qué cenaría aquella noche? ¿Quién la esperaba?...Volvió a respirar hondo.
A las diez y media de la noche pisó por fin el suelo de la estación de su pueblo. Las diez y media. Comenzó a llover justo cuando salió de la estación y no tuvo más remedio que correr por la calle tratando de cubrirse con un periódico gratuito que había recogido de una papelera.
Le seguían doliendo los pies y el abrigo, mojado, comenzaba a pesar y a cargar sus hombros. Sólo pensaba en llegar a casa, meterse en la ducha, ponerse el pijama y después de tomar un vaso de leche, irse a dormir. Era tarde, ya no le llamaría. Además, él tampoco la había llamado.
Tras el último trago de leche, apagó el televisor, apagó el móvil y se metió en la cama. Mañana sería sábado, un nuevo día, un nuevo sol…y quizá… mañana le llamaría.

La luz del sol se filtraba por las cortinas, y le acariciaba la piel.
Decidió quedarse tumbado en la cama, por si acaso volvía a dormirse; no quería perder la oportunidad de volver a soñar con ella. Después de un minuto, se dio cuenta de que necesitaba ir al baño. Había bebido demasiada agua durante la noche.
Se movió perezoso entre las sábanas y se arrastró hasta el borde de la cama, dejando colgar sus piernas mientras estiraba los brazos hasta hacer crujir la espalda. Apoyó un pie en el suelo, estaba demasiado frío para caminar descalzo, así que buscó con el otro pie las zapatillas que se habían escondido bajo la cama. Notó algo húmedo en la pierna. Ella también se había despertado ya y, como cada mañana, venía a saludarlo. Tenían un acuerdo tácito.
Le costó encontrar el interruptor de la luz, recorrió la pared con su mano, tratando de recordar a qué altura quedaba. La bombilla se encendió cegando por un segundo sus ojos aún entreabiertos. Se miró en el espejo. Tenía ojeras, una barba incipiente y algunas canas de más. No se encontraba bien. Tenía la sensación de que cada mañana era exactamente igual a las demás, pero la imagen que le devolvía el espejo se alejaba cada vez más de cómo se recordaba a sí mismo.
Agua, café, una cerilla. Quizá con algo en el estómago el día comenzaría algo mejor. Buscó entre los armarios de la cocina algo de pan de ayer. Siempre le había gustado el olor a café recién hecho y a pan tostado, como cuando era pequeño. Como el olor de la cocina de su abuela los sábados por la mañana. Ahora ella ya no estaba allí, nadie estaba ya allí. Sólo él…y bueno, también ella.
Volvió a notar algo húmedo rozándole la pierna desnuda. Ella se había sentado a su lado, mirando hacia arriba con ojos contentos, con la mirada del que huele la libertad de cerca. Movió el rabo nerviosa tratando de convencerlo de que el café podría esperar pero ella no. La estrategia tuvo resultado. Él la miró, y también decidió que el café podría esperar.
Se puso una camiseta sucia que llevaba dos días tirada en una silla del salón, unos pantalones gastados y sin ni siquiera peinarse, cogió la correa, las llaves y salió a la calle. Poco le importaba la pinta que tenía, estaba seguro de que a esas horas, no habría nadie por ahí, y realmente tampoco le importaba si alguien lo veía, llevaba demasiado tiempo sintiéndose invisible.
Ella tiraba contenta de la correa mientras él arrastraba sus pies y se dejaba llevar. Le dolían los brazos, así que la soltó y vio como se marchaba corriendo detrás de un pajarillo. Le encantaba verla correr, era capaz de conseguir que durante unos minutos se olvidara de todo.
Al cabo de una hora de carreras y juegos con la pelota, ya estaban listos para volver a casa. Ella se había tumbado en la hierba, debajo de la sombra de un árbol esperando a que él se levantara del banco y la llamara. Le silbó. Le puso la correa y se marcharon a casa. El sol comenzaba a quemar, el parque se empezaba a llenar de gente y era el momento justo para marcharse.
Se acordó del café, del olor a pan tostado y le entró hambre. Quizá le quedaba algo de queso en la nevera.
Después de todo, ya no quería volver a la cama. El día comenzaba. Un nuevo día. Un sábado. Un sol más. Se llevó el desayuno al salón, mientras ella se echaba sobre su cama naranja y decidió que después de ducharse, la llamaría.

Había llegado el momento, la puerta que él mismo se había encargado de cerrar, ahora debía abrirse de nuevo y volver a dejar pasar la luz. La cerradura estaba cubierta de óxido, y dudaba si la llave que guardaba en su bolsillo sería capaz de reanimarla y hacerla trabajar de nuevo. Se oyó un “click” metálico. Colocó las palmas de las manos sobre la superficie arrugada y empujó con fuerza hasta que, poco a poco, comenzó a moverse. La madera gemía, como un lamento, crujía a cada centímetro, y un haz de luz se iba abriendo paso a paso, cada vez más grande…En pocos segundos todo se iluminó, las paredes que hasta ahora habían sido invisibles en la negrura de la oscuridad, se pintaron de blanco, y pudo ver cómo estaban cubiertas de palabras que habían sido escritas por otros…otros que estuvieron antes allí y que como él, también habían conseguido abrir la puerta. Se acercó a una de las paredes, y escribió la suya…”vida”.
La última vez que estuvo allí, pensó en cómo sería volver a ver la luz…ahora sabía que ya no se lo volvería a preguntar nunca más…desde ese mismo momento, se juró a sí mismo, no volver a vivir en penumbra…Dio dos pasos hacia delante, y salió de allí sonriendo…”

El calor era insoportable. Las rodillas le temblaban y apenas sí podía tenerse en pie, pero estaba tan cerca…
Delante de sus ojos comenzaba a dibujarse el primero. Más alto que el anterior y aparentemente más lejano. Estiró su cuerpo alzando sus brazos hacia arriba, lo más arriba que pudo y saltó. La primera vez, los dedos se le escurrieron del borde frío de la piedra. Cayó con todo el peso sobre sus pies que se acalambraron sacudiéndolo de dolor. Había podido sentir como las rodillas le crujían y dudaba si podría ponerse de nuevo en pie. El segundo salto fue aun más corto que el anterior. Sabía que sólo tendría una o dos oportunidades más antes de desfallecer, pero consiguió agarrarse en el tercer intento. Todo era cuestión de concentrarse. Comenzó a imaginar como sus brazos, tensos, empezaban a levantar el resto de su cuerpo despacio, hasta que con un último impulso, conseguía subir su pierna derecha hasta engancharse con el pie. Luego sólo quedaba un empujón y estaría más cerca…Lo veía claramente en su cabeza, pero cuando ordenó trabajar a sus brazos, estos se rebelaron. Comenzaron a temblar, pero no podía soltarse ahora…había solventado el primer obstáculo, y no se sentía con fuerzas de volver a saltar, así que debería subir ahí como fuera…
Cerró los ojos, respiró profundamente y controlando cada milímetro de su cuerpo, notó como se elevaba…Muchos habían llegado a donde él estaba ahora, prácticamente desnudo, descalzo y con la reserva de fuerzas agotada, y muchos no habían pasado de aquel mismo lugar, pero no podía dejarse vencer. Él era más fuerte. Él tenía un motivo mucho más importante para llegar hasta el final.
Sabía que aún le quedaban dos escalones más, y no quería gastar la poca energía que le quedaba, no estaba seguro de qué le esperaba una vez hubiese saltado la piedra.
Muchos hablaban de la Torre de los Siete Escalones, pero pocos sabían que no era precisamente una escalera lo que esperaba allí dentro a cualquiera que osara a cruzar sus puertas; cada uno de los siete escalones, no eran sino trampas, pruebas que ponían al limite la capacidad humana. Ahora su condición física estaba en juego. Debía arriesgarse. Si decidía subir, se quedaría exhausto, y no sabía que probabilidades existían de que necesitara sus brazos y sus piernas de nuevo en el siguiente escalón.
Si algo había aprendido a lo largo del camino, era que sólo estamos seguros de lo que conocemos, y el pensar en qué nos espera, sólo limita que podamos romper la barrera y salir del agujero…Volvió a concentrarse, y sin importarle si conseguiría respirar después, subió la pierna derecha hasta engancharse al filo con los dedos del pie. Como pudo, arrastró el resto de su cuerpo hacia la superficie lisa de la piedra, y rodó hasta quedar bocarriba…Acababa de darse cuenta de que todo lo que necesitaba estaba en su cabeza, el controlarlo, sólo dependía de él mismo…
Sonrió.
Sólo dos escalones más….

